Crucero por el Rin, parte II (Coblenza, orillas del Rin y Rüdesheim)



En la pasada entrada nos habíamos quedado en la encantadora población de Cochem.

Hoy vamos a continuar navegando por el Mosela hasta llegar a su confluencia con el Rin, en la ciudad de Coblenza.


En el camino atravesamos diversas esclusas, es muy curioso entrar en una de ellas y comprobar cómo sube y baja el agua de nivel para llevar el barco hasta la parte del río que está a menor altura.





Pero el paso de las esclusas ralentiza la navegación cuando hay mucho tráfico, porque se tarda unos 20 minutos en pasar cada una.


No os puedo contar demasiado de esta ciudad, porque estuvimos pocas horas en ella.  Paseamos de noche por el centro, que también ha sido reconstruido porque la ciudad casi quedó arrasada en la II Guerra Mundial.

Esta estatua-fuente de un niño que "escupe" cada poco tiempo (unos dos minutos, más o menos) agua por la boca es la llamada  "Schängelbrunnen".


Representa a un personaje característico de la ciudad: los niños nacidos en época de guerra -sobre todo en la época de la ocupación francesa, hasta 1814- de padres a veces no reconocidos, que se criaban prácticamente en la calle, jugando, gastando bromas y haciendo pillerías. Tened cuidado cuando os acerquéis, porque "escupe" con fuerza cuando menos lo esperas, jajaja.


Hay algo de vida nocturna, vimos varios bares abiertos, aunque, lógicamente, nada que ver con lo que estamos acostumbrados en España, ya que se trata de una ciudad pequeña y tranquila.

Al día siguiente, por la mañana temprano, dimos un paseo por la orilla del río, pasando por una pequeña parte del Muro de Berlín que se ha instalado allí, y llegamos hasta la confluencia de los ríos Mosela y Rin. 


En esta confluencia se encuentra un monumento llamado “La Esquina Alemana” (Deutsches Eck), justo en el punto en el que se asentaron los caballeros de la Orden Teutónica en 1216. Muchos años después, en 1897, se construyó un monumento en honor del emperador Guillermo I, fundador del imperio alemán, pero en 1945 quedó totalmente destruido.


Sin embargo, este lugar seguía considerándose un símbolo de la unidad alemana, y, por ello, finalmente, en 1993 se construyó la réplica del monumento, con la aportación de ciudadanos y empresarios de Coblenza.

De este punto partió nuestro recorrido en barco por el llamado “Rin romántico”.  


Esta parte del viaje, en mi opinión, es imprescindible hacerla por vía fluvial, porque, aunque los pueblos podrían visitarse en coche, el encanto consiste precisamente en verlos desde el río. 


Aunque estemos viajando por la zona sin hacer un crucero completo, se pueden contratar pequeños viajes de un día o de unas horas, con o sin comida incluida, para visitarla.


Empezamos el recorrido con un día neblinoso; afortunadamente, poco a poco fue despejando y pudimos disfrutar del panorama que nos ofrecían las dos orillas del río.



A lo largo del viaje nos vamos encontrando con pequeños pueblos y ciudades, como Sankt Goar y Bacharach, bodegas, viñedos en cuesta y castillos. 


Algunos de estos castillos siguen perteneciendo a familias nobles que residen allí de modo permanente o temporal; otros se han convertido en hoteles o restaurantes, y algunos otros son actualmente de titularidad pública.


Es una excursión muy relajante, en la que se tardan unas 3-4 horas.

Ésta es una preciosa ciudad medieval amurallada, llamada Oberwesel.


Y este pequeño castillo en medio del río tiene el nombre (difícilmente pronunciable para los hispanoparlantes) de Pfalzgrafenstein, o Roca del Conde Palatino. Este fuerte desempeñaba las funciones de aduana, y está situado frente a la ciudad de Kaub.  Para continuar navegando, era necesario pagar los correspondientes impuestos: no se podía cruzar sin pagar porque lo impedía una cadena que atravesaba el río, y al que intentaba pasar sin pagar se le podía encarcelar en las mazmorras hasta que lo hiciese.

Actualmente, es un museo.

Continuamos nuestra navegación, con comida a bordo, hasta llegar a Rüdesheim, en plena zona vinícola, rodeado de viñedos.


Rüdesheim es otro pueblo alemán encantador, con sus típicas casas con vigas exteriores de madera, y lleno de barecitos, cafés y restaurantes donde beber vino (el Riesling, vino de esta zona, es uno de mis blancos favoritos) y tomar dulces. 


Aquí tenéis un dulce típico, que se llama Baumstriezel.


También podéis tomar un “Café Rüdesheimer”, que se prepara con azúcar, brandy Asbach (también típico de la zona), que se flamea, y después se le añade nata y chocolate. Yo no me atreví con semejante bomba calórica (aunque dicen que está riquísimo); lo que sí probé es el “Federweisser”, porque estaba en plena temporada (finales de septiembre-principios de octubre).


Es un vino de muy baja graduación alcohólica (4º), casi un mosto, que, fresquito, entra muy bien… pero cuidado, que se puede agarrar uno una tajada importante si se pasa, jajaja. Aunque suelen acompañarlo con una tarta salada de cebolla, que no llegué a probar pero que me aseguran que es riquísima.

Aquí tenéis el rótulo de una de las muchas vinaterías del pueblo.


En Rüdesheim hay una tienda muy curiosa dedicada a adornos y otros accesorios navideños. Se llama Käthe Wohlfahrt, y merece la pena visitarla aunque no seamos muy aficionados a la Navidad.


Un teleférico nos lleva, sobre los viñedos, y contemplando el río desde lo alto...


... hasta un monumento llamado Niederwald, erigido en 1871, al acabar la Guerra Franco-Prusiana, que conmemora la unificación de Alemania. 


Aparte del grandioso grupo escultórico, lo mejor del lugar son las espectaculares vistas sobre el valle del Rin, y la posibilidad de descender hacia el pueblo por caminos que atraviesan los viñedos.


Aquí, más viñedos...


Con el sol ya empezando a ponerse, volvimos al barco a cenar.


Y con el atardecer en el Rin nos quedamos por hoy. Falta por contar la tercera parte del viaje, pero eso quedará para la próxima entrega.

Espero que os haya gustado.


Comentarios

  1. Un viaje estupendo y unos rincones maravillosos, realmente esa zona es para perderse en ella, me encanta el orden, la limpieza, la pulcritud y el cuidado con que cuidan cada rincón, ¡cuánto tenemos que aprender!. Un beso

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  2. Marga, me ha encantado también esta segunda parte de tu viaje. La primera me gustó tanto que se lo comenté a mi mujer, para ponerlo en la lista de viajes. Realmente los pueblos se ven preciosos, alguno parece sacado de un cuento, tienen mucho encanto

    Abrazos!

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  3. Si bonita ha sido la primera parte, esta no se queda atrás, me ha llamado la atención lo de las esclusas, que no había visto ninguna; la tienda de Navidad, donde yo me pondría como niña con zapatos nuevos y por supuesto las vistas de los pueblos desde el rio. Una preciosidad todo.
    Bss

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  4. Hola Marga. Siempre es una alegría entrar en tu blog y disfrutar con los lugares que tienes la suerte de recorrer. Gracias a ello podemos ver unos sitios, pueblos, ciudades, que difícilmente, al menos en mi caso, es imposible conocer.
    Pero teniéndote a ti y a tus reportajes esa pena queda amortiguada con las fotos tan maravillosas que nos presentas y con el lujo de detalles con los que narras tu viaje.
    Sin duda es especial.
    Gracias por mostrarnos tantas cosas bonitas que existen, aunque sea fuera de nuestra tierra.
    Un abrazo.

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  5. El recorrido sigue por paisajes encantadores y es que nada supera la magia de ver pueblos aparecer desde el agua, ¿verdad?
    Desconozco la mayoría de los alimentos que has nombrado pero tampoco es que ninguno pinte mal jajaja
    Gracias por compartir con nosotros este bonito recorrido!
    Besos y feliz semana,
    Palmira

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